El lenguaje se define como un
sistema de comunicación estructurado para
el que existe un contexto de uso y ciertos principios combinatorios formales. Creo
que no hay nadie que dude acerca de los objetivos del lenguaje. A saber: ser
capaz de transmitir conceptos e ideas a otras personas. Hablaré a partir de
aquí del lenguaje hablado y escrito en un idioma (y no a lenguajes de otro tipo
como el gestual). El lenguaje ha evolucionado desde un reducido grupo de
sonidos guturales a un sistema complejo profundamente enrevesado con lógica en
el que todo lo que se necesita decir o comunicar tiene una serie de valores
parametrizados de antemano con los que transmitir ese (y no otro) concepto. Nos
ha costado entre un millón y cien mil años (los investigadores no se ponen de
acuerdo en una fecha más rigurosa) llegar a este punto de sofisticación. Y apenas
diez en mandarlo todo a tomar por el culo.
Esta herramienta, normalizada
en nuestro país mediante la RAE en 1713, parece desgastarse con el paso del
tiempo. El deterioro no es uno propiamente natural o cronológico. Tampoco de
uso. Se trata de una herramienta que se desgasta mediante el uso selectivo de
determinados términos (o partes, si seguimos con la metáfora) de modos
incorrectos.
Los cimientos arenosos de la normalización
Durante los últimos años llevo
siguiendo las modificaciones que la RAE realiza sobre el modo correcto de
expresarnos, y estoy cada vez más decepcionado por la línea que va tomando el
diccionario (otra herramienta de las pocas que aún respeto). El objetivo de la
RAE es, según el estatuto único de su fundación por aquél entonces:
Objetivos de la RAE, 1713 - Fuente: RAE
Y, sin embargo, nos encontramos con que términos como “trigonometría”,
un concepto arraigado en la disciplina matemática desde hace más de dos mil
años (y de uso vigente en todo sistema educativo), aún no se encuentra
registrado. Me pregunto el modo que pensaría Hiparco para cargarse sobre
nuestras Letras.
Y, sin embargo, cada reforma trae la polémica arraigada en
la imposición de un cambio que la sociedad ve como un atropello en aras de una
normalización.
Al ritmo del más tonto
Cuando leo titulares, oigo los
telediarios o leo columnas de opinión me llevo metafóricamente las manos a la
cabeza (aún no me ha ocurrido nada que haya hecho que esto ocurra de modo
literal). No puedo sino pensar que han sido escritos para tontos, y me remontan
a mis años de estudios, tanto en el instituto como en la carrera, y sobre el
ritmo que se aplicaba a cada materia.
Solo un par de profesores
podrían destacarse de este mar de conformismo, desafiando un sistema y mediante
el arrastre de más suspensos que aprobados. Para mí, ser un buen profesor no
era aprender lo justo para que todos pudiesen llegar, sino forzarte a entender
algo que no te entraba en la cabeza una y otra vez, intentando superarte a ti mismo
para conseguir algo que antes no tenías.
Y, sin embargo, nos
encontramos con tutores, titulares, noticias, foros, etc, en los que el
lenguaje, el uso de los signos de puntuación y el modo de expresión es el más
tonto posible con el objetivo de llegar a todos. Es decir, avanzar al ritmo del
más tonto para que nadie se pierda.
El llevar de la mano más
lamentable de la historia, y que nos trae las consecuencias de un mundo en el
que la palabra alfeizar no es
entendida salvo por unos pocos.
¿Cuántas veces has enviado un email y al obtener respuesta has pensado “o
es tonto o no se ha enterado de nada”?
Ocurre a menudo, en todos los
ámbitos, que la respuesta a un comunicado por escrito da lugar a un mal
entendimiento entre ambas partes. Mi padre tiene una frase para ello: “No me interpretes, escúchame.”. Pero
claro, eso requiere que la otra persona sea capaz de entender qué es lo que has
dicho en vez de traducir aquello que más se adecúa a lo que desea oír.
Y se entremezclan dos hechos:
el que no te pueden entender, y el que quieren leer otra cosa más afín a sus
necesidades.
Si, bajo la premisa del
entendimiento, reducimos el nivel de nuestro lenguaje, mi más sincera
enhorabuena. Los buenos tiempos de los sonidos guturales van a volver.
Y tú, ¿cuidas el lenguaje o escribes para que te lean?
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