Mudanza a Blog de Pensamiento lateral

lunes, 27 de enero de 2014

La primera vez que vi a Clayde



Lo más significativo que hay que saber de Clayde Winsdden es que fue un desgraciado hasta que murió. Y, conociéndolo, aun después de morir. Eso, y sus historias.


Algo importante en la vida de Clayde es que todos los que no eran él creían que era feliz dado que era capaz de hacerles reír a ellos. Y por supuesto sus desmayos, algo que recordaron en su funeral sus tres mujeres y uno de sus hijos. Y esa fue la última vez que vi a Clayde Winsdden, en un armario horizontal de madera con varios cientos de personas a su alrededor, la mayoría de los cuales no se conocían entre sí, y gritándose los unos a los otros por problemas que esa misma mañana ni siquiera sospechaban. Supongo que ante todo era un cómico. Y supo guardar el mejor de sus chistes para el último día en que se le vería el pelo.


La primera vez que lo vi yo no me encontraba en mis mejores condiciones, ni físicas ni mentales. Acababa de dejarme mi exmujer por considerarme demasiado fracasado para este mundo, y mi aliento era combustible de mechero gracias a un número indeterminado de botellas de whisky y cerveza barata. La más barata que encontré, recuerdo. En una de las muchas piruetas que la gravedad decidió hacer aquella noche una pared saltó directa hacia mi cabeza desde la vertical. Intenté con toda la coordinación de que fui capaz de detenerla situando los brazos por delante de mí.


Diré en mi defensa dos cosas a tener en cuenta. La primera es que la pared seguro que constaría de varias toneladas de masa. Y, la segunda, que no coordiné demasiado bien.


Aún es visible en mi brazo derecho el punto en el que el radio perforó la piel intentando salirse de mí. Los médicos no fueron capaces de determinar cómo era posible que de un solo golpe me hubiese partido el brazo en tres puntos y esa parte afilada que quedó junto a mi codo pudiese atravesarme, quedando expuesta. Clayde no dejó en ningún momento de mi vida posterior de recordarme con una sonrisa que yo no dejaba de gritar que la culpable era la gravedad, “la so puta de la gravedad, esa zorra maligna para la que ya no valgo nada e infiel”. En ese momento de la historia Clayde siempre hacía ese sonido de imitación al vómito, y la gente reía a su alrededor.


La cuestión es que rodé por la pared como si de una rampa se tratase. Y al llegar al final de la rampa colisioné con un capullo que estaba meando contra mi pared. Ni qué decir tiene que tardó un rato en dejar de hacerlo, y gritando y dándome golpes me tiró al suelo, al que él mismo cayó unos segundos después. Recuerdo que me golpee en la cabeza al caer, y en menos de un minuto perdí el conocimiento, pero no sin antes poder disfrutar del retrasado que meaba contra mi pared caer inconsciente a mi lado, oír una botella rodar (sin duda la misma que me causó contusiones en la espalda) y oler la bilis de mi futuro amigo inconsciente mientras se vomitaba a sí mismo.


Y ese fue el modo en que conocí a Clayde Winsdden. Al menos la primera impresión que tengo de él, o el primer recuerdo. Supongo que la primera impresión y la presentación formal ocurrieron tres días después, cuando recuperé el conocimiento.


Recuerdo las risas. Había en la sala, según mi cerebro, por lo menos varios miles de personas. Todas ellas gritaban y daban palmas con fuerza mientras yo intentaba abrir los ojos sin demasiado éxito. Cuando lo conseguí giré la cabeza hacia la izquierda y vi a dos enfermeras reírse mientras miraban a mi compañero de habitación. Al parecer estaba contando algo divertido. Intenté hablar para pedirles amablemente que se fuesen a tomar por el culo y que me dejasen morir en paz cuando un gorgojo salió de mi boca.


Diez minutos después volví a recobrar el conocimiento. Ya no había risas en la habitación, pero habían aparecido dos tipos con bata blanca, uno de ellos intentaba volverme ciego con una linterna y el otro me sujetaba las piernas. Sentí la garganta dolorida, sin duda tras desentubarme.

—¿Qué coño está haciendo con esa mierda? — pregunté amablemente a mi amigo oftalmólogo.

—¿Cómo se llama? - al parecer mi pregunta no era lo suficientemente importante para él, pensé. Luego me di cuenta de que ni siquiera me había entendido, y que mi elocuente pregunta fue poco más que un balbuceo.

—Lo siento, pero no soy homosexual — esta ocurrente respuesta inducida por la morfina me provocó un ataque de risa tal que los médicos fueron tan amables como para atarme el brazo izquierdo (el derecho estaba inmovilizado) y colocarme una máscara de oxígeno en la cara.


Todos se movían rápido en la habitación, y para cuando quise darme cuenta los médicos ya se habían ido, y una enfermera mulata inyectaba algo en mi bolsa de suero. Quise decir algo, pero en lugar de eso mi cuerpo interpretó mi intento de comunicación como un deseo de girar de nuevo la cabeza hacia mi compañero de habitación, de modo que así lo hizo. La cabeza me martilleaba con fuerza.


Desde metro y medio de distancia un muchacho joven me miró y me sonrió, cerró un libro y me habló directamente.


—Hola, tío. Me llamo Clayde Winsdden — cerré los ojos — ¡Oye, oye! ¡Eh, tío! Una cosa...


Con un esfuerzo sobrehumano abrí los ojos e intenté enfocar a mi compañero de celda.


- ...Oye tío, ¿a qué sabe mi pis?





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