Mudanza a Blog de Pensamiento lateral

viernes, 17 de enero de 2014

AMBIGÜEDAD

Tenía una nariz prominente. De esas narices un tanto apáticas y curvadas hacia abajo. No del todo fea pero definitivamente no agraciada. Por otro lado había sido objeto constante de su obsesión, y desde muy temprana edad había decidido modificarla de algún modo, por supuesto, sin éxito ninguno.

Bajo la nariz tenía la boca, que si bien no se proyectaba hacia afuera como su nariz, tendía a una curvatura del todo excesiva en la comisura izquierda que parecía indicar una burla constante. Quizá por ello las entradas en sociedad se convertían pronto en escándalos de actitudes hacia su persona pasados los prudentes minutos de análisis facial del resto de invitados.

Por suerte contaba con una mitad de la cara buena, podríamos decir. Se trataba de la mitad superior, si contamos ese horrible tabique nasal como punto central de la cara. A ambos ojos de este muro de cartílago, y separándolos sin ninguna gracia, se encontraban los ojos ámbar más cautivadores de cuantos había en el mundo de bien que frecuentaba. La profundidad que despachaban era comparada a menudo con la prominencia de su nariz, llegando incluso a sus oídos el cotilleo que bailaba por los salones acerca de la apuesta. ¿Cuánta distancia hay entre la cumbre de su nariz hasta el punto más profundo del pozo de sus ojos?

Sin duda esto confería un aspecto señorial desdeñado por la envidia ajena, o al menos eso le gustaba creer.

Sobre la mitad buena de su cara, y con bastante abundancia, nacía el cabello fino que descansaba bien sobre una coleta o directamente sobre los hombros. Ora uno y luego el otro, en una vorágine de cambios que escandalizaban a todos con quien se encontraba.

Pero la mayor confusión y alboroto lo causaba el desconcierto de su sexo, ya que nunca le fue revelado a nadie, y sus padres, en el voto de silencio solicitado por su descendiente, conservaron su mutismo.


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