Mudanza a Blog de Pensamiento lateral

sábado, 16 de noviembre de 2013

ESCHER

Fotografía: Ennio Montani


Temblamos. Nos deshacemos del abrazo en una quietud de emociones, y comenzamos a alejarnos.

Oigo los crujidos secos en las baldas de madera de la escalera de caracol, escucho el hilo de polvo que se cae de cada uno de los peldaños cuando ella camina. A cada paso su respiración se escucha peor, menos nítida, más distanciados. La escalera está formada por las teclas de un piano que acusa notas de quejidos de antigüedad, que lloran cada uno de sus zancadas mientras se alejan.

Oigo los latidos de mi propio corazón, que se modera al ritmo al que se distancian sus pisadas. Sigo subiendo, alejándome de ella, ambos apartándonos sobre la espiral forzada que algún trágico arquitecto diseñó con tintes de dolor decorativo. Las baldas gimen, e incluso las pareces protestan bajo mi peso distribuido al escalar con todas las fuerzas de las que dispongo. Llego al último piso jadeando, con lágrimas en los ojos, y me asomo al triste y oscuro tiro de escalera mientras la veo cruzar el primer piso.

Ganas de gritar arañando en la garganta que ahogan los gritos que dejan de sonar más allá de los dientes, dejando el aullido en un susurro que se cae flotando en el aire en dirección a ninguna parte. Y ella sigue avanzando.

Suelto la triste y fría baranda de metal con un estremecimiento cuando la veo desaparecer, y avanzo en dirección al apartamento. Oigo como se cierra la puerta del portal justo antes que la mía, instantes después de que se apague la luz del tiro de escalera.

El tiempo frenó en seco, y volvió a su ritmo original girando sobre sí mismo, fluyendo de nuevo hacia adelante: hacia el futuro. Una llamada histérica en el timbre me ha levantado de mi sueño junto a ella, haciéndolo realidad. He abierto la puerta del portal a través del telefonillo e inmediatamente he salido al descansillo. No cierro la puerta de mi piso, y oigo cómo se abre la suya abajo, a cinco largos pisos de distancia. Y se enciende la luz del tiro de escalera.

Las ganas de gritar su nombre se escapan en un suspiro al recordar que es de madrugada. Me abalanzo sobre la barandilla de metal que me permite ver el iluminado tiro de escalera. Jadeo mientras bajo al cuarto piso corriendo con lágrimas en los ojos. Las baldas aplauden cada una de mis fuertes pisadas, e incluso las paredes reverberan de emoción mientras sigo descendiendo.

Sigo bajando, acercándome a ella, ambos aproximándonos sobre la hélice que cobra ahora un cariz casi romántico mientras desciendo. Lo único que reprocho al arquitecto es que la escalera girase sobre sí de un modo tan apartado del centro, haciendo el trayecto interminable a mi percepción. Oigo los latidos de mi propio corazón, que se acelera al ritmo al que se acercan sus pisadas.

A cada paso su respiración se escucha mejor, más nítida. La escalera está formada por las teclas de un piano con claves de entusiasmo y de vitalidad, que ríen cada uno de sus zancadas mientras se acercan. Oigo los crujidos amortiguados en las baldas de madera de la escalera de caracol, escucho el hilo de polvo que se cae de cada uno de los peldaños cuando ella camina.


Nos acercamos, y nos fundimos en el abrazo de una quietud de emociones. Temblamos.

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