Mudanza a Blog de Pensamiento lateral

jueves, 31 de octubre de 2013

LA CISTERNA QUE DEJÓ DE FUNCIONAR

Hará cosa de unas semanas (o de un mes, probablemente) fui a tirar de la cadena de mi retrete (sí, la palabra sigue vigente) y resultó que no hizo nada. Prometo que cuando pulso uno de los dos botones, porque en realidad no hay cadena ni la ha habido nunca en mi casa, la cisterna suele emitir un “blubb” característico seguido de un chorro de agua que se suele llevar la mierda, probablemente a un río y luego al mar para que nos llueva de nuevo sobre la ciudad.


Dado que al presionar dos o tres veces no obtuve el resultado esperado decidí ignorar el dicho que reza “si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”. Y seguí pulsando unas cincuenta veces, en un crescendo de violencia, hasta que me convencí a mí mismo que debía de haber otros modos de que funcionase la cisterna distintos a la violencia y a la intimidación por palabrotas.

Fue en ese momento cuando dentro de mi cabeza se apagó una luz, probablemente se desconectaron varios miles de neuronas de golpe, forjando una mala idea. Mi cerebro hizo el siguiente ¿razonamiento?:

1)      Datos de partida: la cisterna no funciona.
2)      Diagnosos: debe de estar rota. Si estuviese operativa funcionaría, pero no lo hace.
3)      Conclusión: seguro que está rota.
4)      Respuesta: hay que arreglarla.

Y si hay algo que reparar todos los tíos del mundo saben lo que hay que hacer: desmontarlo, a ser posible con las manos desnudas y con ayuda de un destornillador sin punta o en su defecto un cuchillo.

Dicen que la ingeniería nació hace milenios para resolver problemas de la sociedad mediante la técnica, pero yo discrepo de esa definición. Es evidente que la ingeniería surgió de alguna de estas dos maneras, probablemente ambas:

1)      En una taberna egipcia un tío le dijo a otro:
- Es imposible apilar uno de esos ladrillos encima de otro.
- ¿Qué no?
Lo que nos lleva a las pirámides.

2)      Cuando un niño desmontó el coche de sus padres desperdigando las piezas por todo el salón usando una llave allen y los dientes. Los padres, alarmados, fueron a regañarle, pero entonces él dijo: “Soy ingeniero”, y la excusa coló. “Tenemos un ingeniero en la familia”, y se abrazaron mutuamente sin saber en lo que se habían metido.

Volviendo a mi problema inicial, y siguiendo la premisa aún válida de “esto lo arreglo yo por mis huevos” me remangué y empecé a desmontar la cisterna. Para ello abrí la tapa, desatornillé el cilindro (ahora las modernas vienen en cilindros compactos para ahorrar agua) y estuve cerca de cincuenta minutos desmontando cada tuvo, rosca y válvula sin tener ni idea de para qué era cada una ni la función de la bomba en sí. He de admitir que aún no la entiendo.

¡Pero desmontar la cisterna era importante!

Se trataba de un agravio personal contra mí por parte de la industria de las bombas caseras, y no iba a tolerar que cuestionasen mi capacidad para jugar con esas piezas móviles que se multiplicaban en el suelo de mi baño aunque eso supusiese hacerme un corte en la mano o tener que ir a por una cisterna nueva por haber roto la mia.

Tras jugar durante un rato y no ver que nada estuviese roto en mal estado por dentro decidí que la bomba estaba bien, pero que era posible que alguna pieza se hubiese soltado la última vez que se tiró de la cadena. De modo que procedí a montarla de nuevo y a meterla dentro de la cisterna, convencido que el mero hecho de desmontarla y montarla de nuevo por mis expertas manos resolvería todos los problemas. Si funciona para un ordenador apagando y encendiendo, seguro que una cisterna no es tan distinta. No fue así. La cisterna seguía rota.

En este momento volví al paso número 1: apretar los dos botones de manera insistente durante mucho tiempo. Más del que estoy dispuesto a admitir.

Nada.

Finalmente llegué a la siguiente conclusión: necesito ayuda técnica. Así que fui al ordenador y busqué toda la información que fui capaz de encontrar sin entender prácticamente nada y perdiendo mi tiempo. En este momento me hubiese venido muy bien contar con alguien como Steve (BARRY, DAVE (2004), Nosotros, los tíos), pero no tenía ninguno cerca. Los “Steve”, según Dave Barry, son profesionales de las reparaciones caseras que te hacen quedar fatal al resultar obvio que ellos saben arreglar trastos y tú no, por cierto.

De nuevo nada.

Por lo que salté al siguiente paso: necesito ayuda de una persona real. De modo que esperé a mi padre. Él es un tío también, tiene incluso varias cajas de herramientas para demostrarlo que incluyen artilugios divertidos tales como cientos de destornilladores, bobinas, pequeños motores eléctricos, una infinidad de tuercas de 50 métricas distintas, tornillos, clavos, brocas y otros objetos punzantes con los que, por ejemplo, perforarte la mano al intentar hacer un taladro pasante en una tabla de madera.


Pero no hizo falta que mi padre viniese a casa al fin y al cabo para seguir todos y cada uno de mis pasos previos, porque el agua volvió a las pocas horas. Resulta que la cisterna estaba perfectamente, pero una cañería de la calle se había roto aquella mañana, y mientras yo desmontaba mi bomba personal realmente capacitado (y con máquinas geniales capaces de abrir boquetes en la calle) resolvieron el problema real.

miércoles, 30 de octubre de 2013

CESIÓN DE TODA VOLUNTAD

Se echó  las manos a la cabeza, que no dejaba de palpitar. Era capaz de percibir a través de los dedos la sangre agolpada en su cerebro. Era perfectamente consciente de qué es lo que le estaba ocurriendo, pues había sido él quien lo había tecleado en la antigua máquina de escribir.

Sonaba como debía sonar una obra de arte de antes de las computadoras. Las varillas chasqueaban la hoja como quien hostiga a un caballo para hacerlo correr. El carrete de cinta giraba lentamente, al compás del mecanografiar, que parecía acelerar con el tiempo. Y había sido él quien había comenzado a teclear poseído por sus personajes.

La habitación olía a cerrado y a sudor. Agolpado en el pequeño cuarto se encontraba una pequeña cama formada por lamas de madera oxidada por el tiempo junto a la desproporcionada mesa de roble sobre la que se apoyaba, intentando coger el oxígeno que llevaba desapareciendo lentamente por esa ventana que nunca se llegó a abrir desde su llegada al piso. Quién sabe a dónde daría. Pero nunca había tiempo para el mantenimiento de la habitación, y la habitación nunca le concedió el tiempo que necesitaba para vivir. De modo que ambos estaban en paz en la semipenumbra.

Pero él necesitaba el oxígeno, y tras haber escrito lo que escribió comenzó a preguntarse acerca de su propia cordura. De si lo que veía era lo que existía más allá de las pupilas dilatadas en la oscuridad y la droga. Levantó tímidamente la cabeza, echando las manos al cuello. El sudor frío recorría nuca y pareces, haciendo aún más estrecho el hueco que le quedaba para respirar.

Con una mirada de pánico visualizó la hoja, aún sobre el rodillo, curvada hacia atrás como a quien han degollado y cuya sangre se esparce por la camisa. Fijó su vista en las gotas de tinta desprendidas del papel, y se llevó instintivamente la mano al cuello empapado de sangre. No debió haber escrito aquello.

La máquina de escribir lo observaba desde su posición en la mesa, inmóviles los engranajes esperando la invitación al movimiento que ya nunca llegaría. Desde el papel, el protagonista de la historia lamentaba el haberle obligado a hacerlo, totalmente paralizado e impotente ante su escritor. Minutos antes ambos seguían vivos, mientras el escritor aporreaba frenético la máquina e instaba a su personaje a cobrar vida, este tuvo una idea a través del cerebro de su creador, y se preguntó si no era él quien observaba la máquina.

“¿Qué razón impulsa a pensar que se es menos real que quien tiene manos?” fue todo su razonamiento.

El escritor no pudo por menos que admirar su trabajo bien hecho. Aquella personificación de una hoja de papel en blanco gracias a la tinta. Y ahora él mismo dudaba de la idea que se había inventado minutos antes.

Tras unos segundos de tensión el personaje tecleó a través de los dedos del escritor lo que ambos harían a continuación, y éste perdió toda fuerza en la relación. Ahora era evidente que él era tan sólo una impresión tridimensional de su personaje, quien le instaba a escribirle.
Y el personaje estaba furioso con el escritor. Llevaba varias líneas estándolo. A fin de cuentas los cautivos rara vez desean bien para su captor, y el escritor lo había colocado en esa posición plana y sin salida.

El escritor dejó caer una gota de sudor desde la punta de la nariz, lo que hizo que de manera automática se limpiase con el extremo de la manga. Y al centrar de nuevo las gafas vio el abrecartas en el extremo de la mesa.

El personaje se dio cuenta de este hecho, y antes de que el escritor pudiese reaccionar había mecanografiado su propio final usando las extremidades de sus dedos. Se había hecho escribir lo que el personaje susurraba a los oídos del escritor de un modo tan convincente que lo siguiente que recuerda es fijar su vista en las gotas de tinta desprendidas del papel, y llevarse instintivamente la mano al cuello empapado de sangre.


No debió haber escrito aquello. Pero sonrió con el último estertor, porque ahora ya era libre.

lunes, 28 de octubre de 2013

SERVICIOS DE CHAT - ¿BUENAS DECISIONES DE MARKETING Y ESTRATEGIA O ERRORES GARRAFALES?

Cualquier persona que me conozca a nivel personal sabrá que siempre he sido pro-Google, no por el hecho de ser una marca pionera o líder en tal o cuál segmento del mercado, sino porque simplifican mi vida y agrupan todo mi mundo-online en unas cuantas aplicaciones y servicios integrados.

Hace dos días me enteré de un cambio en el servicio de Skype, que me bombardeó con el siguiente emergente al abrir el programa en el ordenador:



Resulta que Skype abandona el entorno de PC. ¿El motivo? Según sus comunicados el uso cada vez mayor en dispositivos móviles les fuerza a focalizar en estos servicios casi todos sus recursos a día de hoy, y en un futuro se prevé que demanden más atención. De modo que Skype se sale de nuestros ordenadores para aparecer tan sólo en nuestros dispositivos móviles. Para mí a nivel personal se trata de un “Menuda mierda” en toda regla. Una de las ventajas que ofrecía Skype, al igual que GoogleChat/Hangouts era que una conversación que mantienes con alguien por la calle aparece automáticamente en tu ordenador, donde puedes continuar con ella sin interrupciones, pudiendo trabajar en el PC al tiempo que organizas tus relaciones mediante el chat. Ahora esto será imposible.

La pregunta es: ¿Qué diferenciará a Skype de servicios como WhatsApp, Line o Spotbros? Absolutamente nada. Aquello que hacía que tuviese un alto mercado lo van a vapulear este diciembre, por lo que probablemente deje un reguero de clientes que se acabarán yendo a otros servicios, tanto integrados en redes sociales como Google+ o Facebook como servicios externos del tipo Spotbros (más dedicados a las conversaciones que al hecho de organizar una vida social).

Ahora a migrar a todos aquellos contactos con los que hablaba a través de este servicio (porque por el móvil no hablaré, es más lento).

Y justo esta mañana me he topado con la siguiente noticia:


WhatsApp ha comenzado a insertar publicidad en la propia ventana de chat, lo cual es tremendamente violento e incómodo para el usuario. El hecho de que aparezca publicidad en una ventana de chat ya es molesto, pero si además la incluyen entre las líneas de la conversación se ganará la enemistad de muchos usuarios.




Esto lleva a pensar en varios escenarios posibles, y uno de ellos puede ser el peor de todos. Si se caen la mitad de los servicios con alta cuota de mercado los usuarios finales de los productos nos encontraremos con un abanico muy pobre de ofertas, en las que las compañías nos delimitarán mucho (cada una con su política) algo fundamental en la sociedad actual: un foro público.